Herramientas para gestionar el enfado de los niños

La rabia, ira o enfado es la emoción que se experimenta cuando percibimos que han invadido nuestro territorio o nuestros derechos. Como cualquier emoción, el enfado implica cambios a tres niveles:
  1. Fisiológico (aumento de la frecuencia cardíaca o la presión arterial).
  2. Pensamiento (puede haber mezcla de ideas confusas sin dejar ver las cosas claras).
  3. Conducta (hacer las cosas fuera de control). 
Sentir rabia es normal y, de hecho, tiene una función. La rabia sirve para defendernos y si la gestionamos bien puede ayudarnos a enfrentarnos a situaciones que consideremos injustas, ante las cuales quizás nos inhibiríamos si no sintiésemos el enfado.
El problema no es la emoción, sino el  comportamiento que puede estar asociado. Se puede permitir el enfado, pero no cualquier comportamiento (por ejemplo, agresiones verbales o físicas). Por ello, es importante poner límites y enseñar a gestionar el enfado y resolver conflictos de forma sana. 
La forma en que se manifiesta el enfado varía en función de la edad y el desarrollo: en la primera infancia, los niños ya comienzan a reprimir los impulsos de agresión física. En edad de preescolar aprenden a idenficar las emociones básicas y empiezan a usar palabras para expresar sus sentimientos, aunque muchos aún recurren a conductas agresivas, como golpear a otros.
Poco a poco irán adquiriendo más habilidades verbales y capacidades para expresar su enfado con palabras en lugar de hacerlo físicamente. En la adolescencia puede haber nuevas preocupaciones y retos, como el deseo de independencia e intimidad, unido al aumento de las exigencias académicas y sociales. En esta etapa algunos adolescentes tienen dificultades para manejar su enfado y presentan descontrol de impulsos, mientras que otros pueden mostrarse muy inhibidos y retraídos. 
Para que los niños y adolescentes aprendan a gestionar el enfado, es importante saber que la causa de esta emoción puede estar relacionada con diversos factores que actúan a la vez, como las características del niño, el contexto (situación, cambios, lugar...) y las características de los padres (su temperamento y su forma de reaccionar ante el enfado).

Estrategias para prevenir el enfado

En primer lugar, se recomienda favorecer la prevención y que los niños y adolescentes adquieran estrategias. Para ello, es necesario que los padres aprendan a gestionar sus propias emociones, que sepan identificarlas, manejarlas de forma apropiada y usar estrategias para calmarse. De esta manera, pueden ser buenos modelos, ya que son la principal figura de referencia para los niños.
En familia se puede entrenar también la empatía, es decir, la capacidad de reconocer, comprender y conectar con las emociones de los demás. Por ejemplo, en casa puede haber situaciones cotidianas en las que se puede preguntar: “¿Cómo crees que se siente tu hermana cuando le dices eso?”.
Para favorecer la autoestima y prevenir dificultades es bueno reconocer los puntos fuertes y felicitar a los niños y adolescentes por sus logros y esfuerzos. Se recomienda también favorecer emociones positivas en familia, como jugar juntos, escuchar música juntos y tener momentos de ocio compartido (no sólo rutinas de obligaciones diarias).

Identificación de las primeras señales del enfado

Ante situaciones difíciles, es bueno estar atentos a las primeras señales del enfado para poder anticiparnos. Podemos enseñar al niño a reconocer las sensaciones del enfado, para que identifique los momentos en que va aumentando. Por ejemplo, se puede utilizar el dibujo de un semáforo para que marque en qué nivel de enfado se encuentra.
Cuando el enfado va en aumento, la estrategia más útil es poner un nombre a su emoción (“estás enfadado”) y dejar que haga algo que le ayude a calmarse. Por ejemplo, puede contar hasta 10, hacer respiraciones profundas o cambiar de espacio.
Una vez que está más calmado, podemos ayudarle a resolver el problema siguiendo los siguientes pasos:
  • Favorecer la comunicación y la escucha activa. Debemos escuchar al niño, dejando a un lado lo que estamos haciendo y parar, para dedicar tiempo a escucharlo. Posteriormente, podemos ayudarle a reconocer y aceptar su emoción.
  • Ayudar a buscar alternativas para solucionar el problema haciéndole preguntas: “¿qué otra cosa puedes hacer?”. Le podemos ayudar a buscar opciones.
  • Animar a poner a prueba las opciones elegidas.
  • Valorar los resultados, felicitar por los logros y pensar si hay que modificar cosas.  
Si la frustración se desborda y se presenta una rabieta, ignorar es la estrategia más útil para que las rabietas disminuyan. La reacción inicial puede ser de aumento de la frustración, pero ésta bajará de forma gradual. Es importante despejar la zona y asegurarnos que no hay peligro físico, como objetos con los que se pueda dañar.
Si la causa es un límite impuesto, es importante ser coherente y mantenerlo y actuar de forma firme, aunque sin dureza ni rigidez. En algunas ocasiones, no será posible ignorar, como en casos en que el niño se haga daño a sí mismo o a otros. En estos casos, es útil separar al niño de la situación unos minutos para que se calme. 
Suele ser muy útil crear un “Rincón de la calma” en casa. Se trata de un lugar agradable en el que pueden poner cojines, peluches u otros objetos que favorezcan la calma. El niño puede acudir al rincón cuando quiera y también en los momentos difíciles. La idea consiste en dedicar un tiempo a no hacer nada, simplemente a respirar, calmarse y a ser conscientes de nostros mismos, sin juzgar.
Cuando va volviendo la calma, se recomienda regresar a la normalidad tan pronto como sea posible. Se puede buscar otra cosa que pueda hacer y felicitarle por ello. Cuando esté bien calmado, podemos repetir la demanda, haciéndoselo más fácil y apoyandole.
La estrategia del rincón de la calma puede usarse de forma cotidiana. Crear rutinas para la calma y la relajación, por ejemplo con música o respiración profunda, favorece el bienestar general y la gestión emocional.
Artículo escrito por:
Anna Huget. Psicóloga e investigadora de la unidad de TDAH, Fundació Sant Joan de Déu.
Maria Ánegles Mairena.  Doctora y Psicóloga Clínica del Servicio de psiquiatría y psicología del Hospital Sant Joan de Déu.
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