Uno de los grandes hitos en la evolución y desarrollo
del ser humano, y la tarea más compleja que realiza nuestro cerebro, es
codificar y decodificar un conjunto de sonidos, gestos, símbolos,
actitudes, que denominamos lenguaje y que utilizamos para comunicarnos,
entendiendo ésta, como la herramienta necesaria para transmitir ideas,
afectos, emociones, y dar a cada una de ellas la importancia y énfasis
relativos que nos merece.
Esta capacidad que se ha generado en nuestra especie a
lo largo de miles de años, en la persona se produce y desarrolla a lo largo
de los dos primeros años de vida. El aprendizaje de la comunicación en esta
etapa, y su desarrollo a lo largo de toda la infancia, nos permite
desarrollar empatía, integrarnos en nuestro entorno social, emitir señales
e interpretar las respuestas que recibimos, en definitiva, transitar del
modo adecuado a la edad adulta.
Los Trastornos del Espectro Autista (TEA),
representan un grupo de trastornos que en conjunto producen una
desestructuración severa de los pacientes, aparecen en edades tempranas y
que según el tipo y grado de afectación, impiden, comprometen o dificultan
notablemente la integración del niño en la sociedad. Cuando hablamos de los
TEA, hacemos referencia a un continuo que puede ir desde el trastorno más
severo, con una gran repercusión en cada uno de los tres aspectos
fundamentales que los caracteriza, hasta formas menores y más sutiles a
cuya detección se llega casi siempre más tarde de lo deseable. Los tres
aspectos que de forma genérica caracterizan a los TEA, son la ausencia
de relación social, la ausencia de uso o uso inadecuado del lenguaje
(sin intención de comunicarse) y la presencia de estereotipias o
actos repetitivos, no siendo esta última por su infrecuencia, una
condición sinequanon para plantearse un diagnóstico.
En los últimos años, se ha desarrollado un nuevo
concepto alrededor de los TEA, que se ha denominado “fenotipo amplio”. Se
utiliza este término, para describir o integrar a familiares de pacientes
con TEA, que sin cumplir los criterios diagnósticos de las clasificaciones
internacionales de trastornos mentales (CIE-10 de la OMS y la DSM-IV TR),
presentan formas menores de afectación del uso del lenguaje o de la
relación social.
Entre la forma más severa del TA y la forma más leve de
un familiar al que denominaríamos de “fenotipo amplio”, se encuentra uno de
los TEA conocido como Síndrome de Asperger descrito por el pediatra
homónimo en 1944.
Los límites entre el TA y el Síndrome De Asperger no
son diáfanos, de hecho los criterios del DSM IV TR para los deterioros
cualitativos en la interacción social, los patrones de conducta y
actividades restrictivas y repetitivas, son idénticos que los del Trastorno
Autista. La diferencia viene determinada en que los pacientes con
SA, tienen un desarrollo expresivo del habla dentro de la normalidad
(palabras antes de los 2 años y frases antes de los 3 años) y su lenguaje
expresivo está desarrollado, en especial respecto a sus intereses
elaborados (de contenido científico, numérico…), intereses que se
consideran indispensables para el diagnóstico. De este modo, su lenguaje es
correcto desde un punto de vista formal, y es precisamente en ese detalle
donde se percibe su afectación, ya que muchas veces se usa más como si
fuera un lenguaje escrito; además el uso no lo contextualizan de forma por
falta de comprensión de palabras del ámbito cotidiano, de contenido
abstracto o emocional, o expresiones con doble sentido. Típicamente estos
pacientes, tienen alteraciones en la pragmática de la comunicación,
utilizando el lenguaje centrado en sus intereses y no en aspectos sociales.
En contraste con los criterios del Trastorno Autista,
que incluyen déficit en comunicación verbal y no verbal, y en el juego, los
actuales criterios del Síndrome de Asperger establecen que no haya
"evidencia significativa" de retraso en el desarrollo, de forma
que el niño usa palabras simples a los 2 años, y frases comunicativas a los
3. La regla es la inteligencia normal, incluso al evaluarla en pruebas
psicométricas, y sus capacidades incluyen actividades de autoayuda, conducta
adaptativa y curiosidad sobre el medio en la infancia.
La falta de una desviación clara en el lenguaje
usualmente lleva a un reconocimiento clínico más tardío debido a la
conducta adaptativa temprana normal o casi normal. En su evolución,
muestran dificultades para establecer vínculos afectivos de amistad, y a
causa de sus interacciones sociales ingenuas, inapropiadas y unívocas, son también
ridiculizados a menudo por sus compañeros de edad.
La validez del Síndrome de Asperger como una entidad
clínica distinta del autismo de alto funcionamiento (verbal) sigue siendo
controvertida; pero en cualquier caso, tal y como está redactado
actualmente el DSM-IV, si se cumplen los criterios para el Trastorno
Autista, se excluye el diagnóstico de Síndrome de Asperger.
En líneas generales el autismo puede detectarse utilizando
herramientas estructuradas y validadas como el M-CHAT en menores de dos años,
si bien en el caso del S. Asperger, es en ocasiones, más difícil. En
cualquier caso el pronóstico vital del paciente descansa en una
identificación precoz, que tienen como objetivo instaurar un tratamiento
temprano y multidisciplinar que aplique técnicas cognitivo-conductuales,
con el uso de refuerzos para enseñar al niño las habilidades no adquiridas
de acuerdo a su capacidad cognitiva y a la extinción de conductas inapropiadas.
Estas técnicas se aplicarán en la enseñanza de la comunicación verbal, no
verbal, respuesta e iniciación social, desarrollo de juego simbólico y
juego con otros niños, expansión de curiosidad e intereses etc.
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