El papel de la orientación en la inclusión.



El pasado sábado 19 de mayo participé en una mesa redonda en el IX Encuentro Nacional de Orientadores. El comité organizador confió en mí para hablar de los “Cambios en la orientación para responder a las exigencias del siglo XXI”, y como suele pasar en estos casos llevas en tu cabeza muchos más pensamientos que los que allí expones; y con la idea de compartirlos los escribo aquí.
No tendríamos que hablar de inclusión si antes no hubiésemos segregado. No pensaríamos que la inclusión es una utopía si todas las personas asumiéramos nuestras responsabilidades: responsabilidad educativa, administrativa, legislativa. No utilizaríamos el adjetivo inclusión con tanta ligereza si supiéramos las obligaciones que conlleva. Y no permitiríamos que se cometiesen tantas injusticias, si la injusticia no estuviese tan normalizada en nuestra cultura educativa, tan normalizada que muchas veces ni siquiera la vemos, porque lo habitual es la segregación, lo habitual es que la injusticia se vuelva opresivamente cotidiana.
La justicia social en educación debe alejarse del concepto tradicional de justicia legal y debe acercarse a la justicia como presencia y participación de todo el alumnado en el aula
Y yo me remuevo contra esa opresión que me genera el ser orientadora, ser juez y parte de esta normalización. Me remuevo y me sublevo contra estas injusticias, contra el etiquetado, contra los dictámenes, contra….. seguramente contra todo el modelo psicopedagógico actual ,que prácticamente no ha evolucionado desde los años 90. Un modelo que sigue centrado en el déficit, en las necesidades educativas y que a partir de ahí busca la normalización opresora, pero con la mirada puesta única y exclusivamente en el déficit, sin tener en cuenta que la inclusión es mucho más que la normalización, que la inclusión no es un premio, que la inclusión es un derecho, que normalizar no es incluir, que no se trata de entrar, sino de pertenecer.
El modelo social nos indica que las causas que originan la discapacidad son sociales; se habla entonces de contextos discapacitantes, de eliminar barreras, de justicia social. Y en este marco es donde debe estar la orientación, en este marco es donde me sitúo yo, eliminando barreras para garantizar que todas las personas tengan derecho a una educación inclusiva, equitativa y de calidad. La orientación es orientar, no oprimir. La orientación es transformar, no seguir haciendo lo mismo. La orientación es movimiento, camino, no inmovilidad, quietud o pasividad.
El rol de la orientación en la actualidad no puede seguir siendo el mismo. Hablamos continuamente de una escuela del siglo XXI, pero no reflexionamos sobre la orientación del siglo XXI; hablamos de transformación, de cambio, de innovación en las escuelas; pero  la mayoría de las veces nos olvidamos de que con esta innovación debemos incluir siempre a todo el alumnado, nos olvidamos de que tenemos un orientador, una orientadora, en nuestro centro que puede acompañarnos en este proceso.
Están de moda los decretos de inclusión; unos decretos de inclusión que son todo menos inclusivos; unos decretos de inclusión que permiten seguir segregando al alumnado más vulnerable, con etiquetas basadas en criterios diagnósticos clínicos; unos decretos de inclusión que no garantizan los apoyos ni los ajustes necesarios; unos decretos de inclusión que no conllevan itinerarios formativos obligatorios para todo el profesorado ¿A qué jugamos? Seguimos sin tener presentes a las personas más vulnerables, seguimos considerando que normalizar es homogeneizar, seguimos pensando que orientar es etiquetar para luego hacer recomendaciones individuales sobre el déficit; pocas veces se hacen recomendaciones para transformar el contexto y si se hacen caen en saco roto porque no se sabe o no se pueden hacer.
Para mí, orientar es:
  • Acompañamiento y apoyo para llevar a cabo las transformaciones necesarias en la organización, en las metodologías, en aspectos curriculares de los centros educativos, ofreciendo medidas inclusivas para conseguirlo. De esta forma, se daría mucho más valor al papel educativo y pedagógico de la orientación. Medidas que no deberían seguir llamándose de atención a la diversidad porque diversas somos todas las personas, sino medidas para garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad para todo el alumnado, y que formarían parte del Proyecto Educativo de todos los centros, porque todos los centros deben ser garantes de la inclusión, no de la segregación.
  • Liderar la inclusión plena en los centros educativos. El orientador, la orientadora, debe ser el líder de la inclusión, un liderazgo compartido con equipos directivos comprometidos. La educación es un diálogo, pero en la actualidad se ha convertido en un monólogo; es necesario propiciar y organizar propuestas que inviten a la reflexión por medio de tertulias pedagógicas con el profesorado y con comisiones mixtas que hablen de ética, de la ética de la educación inclusiva.
  • Provocar la reflexión, tanto propia como colectiva. La orientación en estos momentos debe ser disruptiva, no podemos seguir haciendo lo mismo con pequeños cambios o modificaciones, sino hacer cosas mejores. La orientación debe provocar la reflexión, debe romper moldes, debe romper hábitos, debe abrir los ojos, cambiar la mirada. Me gustan y os invito a leer las reflexiones que el colectivo orienta (@colectivorienta) hace en su blog sobre Educación, Diversidad y Orientación; las reflexiones que hace la orientadora Maria José G. Corell en su facebook; la orientadora Pilar Pérez Esteve en su blog; la orientadora Mábel Villaescusa y su equipo del CEFIRE específico de educación inclusiva de la Comunidad Valenciana; las propuestas de las  orientadoras emocionales asturianasY muchas más por toda España.
  • Ayudar, cuidar, mirar a los ojos, escuchar… a los alumnos, para poder atender sus necesidades, para así cambiar contextos discapacitantes y opresores, para así eliminar barreras; nunca para cambiar a la persona, para excluirla o incluirla en lo que yo considero “normal”, sino siempre para contar con ella, para ver sus fortalezas y hacerlas brillar, poniendo en valor las capacidades, no las discapacidades. Las capacidades de todo el alumnado, porque están ahí, aunque no las veamos, aunque no las potenciemos, aunque las asfixiemos.
  • Pero también ayudar, cuidar, mirar a los ojos y escuchar al profesorado y a las familias. El profesorado y las familias son piezas fundamentales en este cambio, no podemos construir una narración nueva para todos los niños y niñas si no caminamos juntos. La educación con mayúsculas debe ofrecer posibilidades de éxito para todo el alumnado; hablamos, por lo tanto, de un relato escrito en primera persona, un relato humano, con un final abierto, sin cerrar, un final que lo decide la persona, no lo decido yo como docente, no lo decido yo como orientadora.
  • Acompañar en el proyecto de vida de todo el alumnado con propuestas de crecimiento personal y empoderamiento.
  • Basarse siempre en la ética del cuidado. El cambio de mirada comienza cuando somos responsables, solidarios; cuando nos damos cuenta de las necesidades de los demás; cuando no cometemos injusticias; cuando nos basamos en la concepción humanista de la educación; cuando vemos, sentimos, empatizamos; cuando nuestros corazones laten juntos entonando una única melodía.


Es necesario replantearse el papel de la orientación, es preciso buscar espacios y tiempos para ello, es urgente pasar a la acción y romper con el papel de la orientación que vulnera el derecho a una educación inclusiva, un papel hegemónico de la orientación como juez y parte de la opresión social.
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