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¿Es la neuroeducación la clave de un nuevo modelo educativo?




La pandemia nos ha hecho cuestionarnos muchas cosas. Y uno de los ámbitos que más embates han recibido ha sido la formación. 

La neuroeducación se ha posicionado en los últimos años como un nuevo paradigma a la hora de abordar la calidad de la enseñanza, un paso más de la ciencia hacia la educación basada en la evidencia y en entornos educativos más inclusivos y eficientes. Pero, ¿qué significa “educación eficiente”? Para hablar de ella contamos con David Bueno, doctor en biología y profesor de genética en la Universidad de Barcelona, que nos responde a algunas preguntas. 

¿Qué es la neuroeducación y para qué sirve? 

La neuroeducación “acerca los conocimientos en neurociencia a las aulas para poder mejorar o incrementar en las estrategias pedagógicas, ajustándolas todavía más al funcionamiento natural del cerebro”. David Bueno explica así la importancia de adaptar la educación a un tipo de formación basada en la evidencia que aproveche las capacidades humanas. 

Esta nueva rama de la educación “se apoya en dos grandes grupos de herramientas: la pedagogía y la neurociencia”. Mientras que la primera implica la sociología, la psicología y en general todas las herramientas clásicas usadas para gestionar los aprendizajes, la segunda es una disciplina científica “que nos permite explicar por qué hay estrategias pedagógicas que funcionan basándose en el funcionamiento del cerebro”. 

Por descontado, “no hay dos cerebros que funcionen de forma exactamente igual”, nos contaba Bueno en una ponencia para nuestro think tank, Future Trends Forum, 2020. La educación necesita, para liberar el potencial de alumnos y profesores, ser un poco más abierta o flexible que la actual educación tradicional, que es muy rígida. 

¿Qué sabemos hoy gracias a la neuroeducación? 

En aquella conversación, David dio algunas pistas sobre qué elementos son importantes en la educación, que actualmente se basa mucho en el currículo académico (contenidos): “Qué les transmitimos es enormemente importante, pero cómo se lo transmitimos es aún más relevante”. 

La forma en que se enseña a los alumnos puede ayudar a empujarlos a desbloquear su curiosidad, perder el miedo al cambio o llevarles a la acción. En otras palabras, la educación puede convertirse en un fantástico vehículo para desbloquear las capacidades cerebrales ya presentes en los estudiantes. Todo esto se logra a través del cómo

Por ejemplo, se ha demostrado que los alumnos aprenden mejor en entornos de confianza, mientras que “no se aprende de aquella persona en la que no se confía”, por lo que el clima en clase es un elemento clave. La sorpresa, que se genera en las amígdalas, también funcionan como elemento que permite aprender mejor al activar el tálamo (centro de la atención). 

A su vez, “la motivación es importante para mantener los aprendizajes en el tiempo” porque “es lo que nos mueve por continuar progresando”. Por la forma en que se comporta el cerebro al obtener energía metabólica cuando se está motivado, sabemos que es en esos momentos en los que aprendemos mejor

La educación transforma cómo vemos el mundo 

Cuando preguntamos a David cómo afecta la neuroeducación a los sesgos, nos confirma que “nos puede ayudar a limitarlos durante el proceso de aprendizaje, precisamente porque nos explica cómo aprende el cerebro y de qué manera podemos ayudarle a aprender con más eficiencia”, pero puntualiza que no existe ningún proceso educativo sin componentes ideológicos. 

Potenciar el pensamiento crítico frente a la docilidad y la candidez es ideológico, del mismo modo que hacer lo contrario también puede considerarse ideológico. Lo que aprendemos —y cómo lo aprendemos— modifica nuestros cerebros o, dicho de otra forma, “a través de la educación estamos sesgando, y elegimos un tipo de educación según cómo queremos que sea la sociedad del futuro”. Esto es clave para la neuroeducación. 

Después de todo, “el cerebro está continuamente siendo hackeado”. Cada experiencia que vivimos reconfigura alguna de las conexiones del cerebro, lo que se puede usar para aprender de otra manera. Cabe preguntarse si merece la pena, por ejemplo, hackear nuestro cerebro para aprender más cantidad de datos si luego no vamos a usarlos. De nuevo, es una postura ideológica. 

Desear saber más cosas es totalmente legítimo aunque luego no se haga nada con ellas, como cuando estudias un idioma por el mero hecho de aprenderlo. En este aspecto David Bueno tiene una postura clara sobre qué es aprender mejor: “Aunque se aprendan menos cosas, aprenderlas de modo que se pueda usar todo aquello que se ha aprendido”. 

¿Cómo lo podemos hacer? A través de “un sistema educativo que fomente la reflexibilidad, la cooperación, el empoderamiento, el saber asumir los retos, el obtener sensaciones de recompensa cuando se van superando los retos”, etc. Un sistema educativo construido sobre lo que sabemos del cerebro. 

Neuroeducación y diversidad funcional 

Una de las ventajas incuestionables de la neuroeducación es su capacidad para mejorar las estrategias pedagógicas para todo conjunto de personas, ya que “ayuda tanto las neurotípicas como a personas con diversidad funcional o alumnos que no encajan dentro del modelo educativo actual”. 

De hecho, ocurre que cuando se aplican estas técnicas nuevas se observa que “aquellos alumnos que parece que no encajan dentro del modelo educativo convencional sí encajan perfectamente en otros modelos”. No hay dos cerebros exactamente iguales, como decíamos, por lo que “debemos abrir estas estrategias para que encajen todos los alumnos”, tanto por inclusividad como por potencial perdido. Niños jugando con bloques de madera

Es más, se ha demostrado que capacidades diferentes se complementan bien en un “crecimiento común” en el que “cada uno pueda aportar aquello que se le da bien”. Esto es aplicable a personas con diversidad funcional: “todas tienen su encaje dentro de la neuroeducación aunque no lo tengan en el modelo educativo actual (porque es muy restrictivo)”. Todas pueden aportar. 

¿Educación en línea vs. presencial? 

La pandemia nos ha enseñado, por las malas, que existe la posibilidad de desarrollar parte de nuestra vida académica dentro de la red. Que las clases pueden ser online. Sin embargo, la bibliografía científica indica que no todos los formatos tienen índices similares en materia de capacidad de atención, interiorización del contenido o participación del alumnado. 

David nos confirma que “el mejor entorno de estudio es el presencial” debido “a la socialización, a estar con tus iguales”. Eso no significa que la educación en línea no sea útil, porque “es útil cuando no puede ser presencial”. El hecho de estar presencialmente en clase aumenta la atención del alumno, y de hecho la atención es el primer factor que sufre en la educación en línea. 

Es más, a veces, la tecnología —que supone un factor de empoderamiento y acceso al contenido— interfiere con la atención. Se sabe que la mera presencia del móvil en clase reduce la capacidad cognitiva de los alumnos, incluso de aquellos que no están usándolo, o que hace los apuntes sean de peor calidad. Todos estos estudios, y muchos otros, permiten diseñar clases más productivas. 

También se sabe que “la socialización activa muchas zonas del cerebro” y que, a su vez, esto ayuda a “realizar una memorización más eficiente”. Aunque, por descontado, David Bueno remarca que es imprescindible “un entorno de estudio en el que alumnos y docentes se sienten a gusto y con confianza”, porque sin eso es difícil aprender. 

La neuroeducación es una rama relativamente nueva del conocimiento, pero que tiene un enorme potencial en nuestra sociedad. Hasta ahora hemos alcanzado cierto estado de bienestar social aplicando reglas educativas rígidas en exceso que no permitían a los alumnos liberar su potencial. Algo que está cambiando lentamente. 

FUENTE:


https://www.fundacionbankinter.org/

El dibujo es de Agustín Ramos Pérez

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