LA PERCEPCIÓN DE LAS CONDUCTAS DESAFIANTES : DOS ENFOQUES
El enfoque tradicional o reactivo percibe la
conducta desde el momento en que ésta ya se ha producido, por lo que genera
actuaciones para frenarla y/o corregirla.
El enfoque actual defiende la necesidad de dejar de
considerar al sujeto como un ser aislado y de interpretar sus conductas como
negativas o positivas sin más. Y afirma con rotundidad que las conductas de los
niños y niñas, como las del resto de las personas, no pueden entenderse con independencia
del contexto en el que se encuentran y, por lo tanto, debemos realizar un
cuidadoso análisis para determinar las actuaciones y aprendizajes necesarios
para mejorar la vida de las personas y su relación con el entorno.
Este enfoque retoma el supuesto básico de la Psicología
Ecológica que concibe el desarrollo como resultado de un compromiso permanente
entre el individuo y el entorno y, como consecuencia, interpreta sus conductas
como producto de la interacción que éste establece con su contexto. Cuando este
contexto responde a las necesidades de los niños y niñas, sus comportamientos
no resultan problemáticos, pero cuando deja de hacerlo, aparecen las conductas
desafiantes.
Por ello, este enfoque percibe la conducta desafiante como
una alteración de la interacción que se establece entre el sujeto y su
contexto, que nos muestra que algunas de sus necesidades están quedando sin
cubrir.
ENFOQUES PARA AFRONTAR LAS CONDUCTAS DESAFIANTES
Estas dos formas distintas de percibir la conducta desafiante
conducen a plantear dos formas diferentes de intervenir. La primera de ellas, la
perspectiva tradicional tiene un carácter exclusivamente reactivo.
Propone intervenir inmediatamente después de que aparezcan las conductas
desafiantes, con una actitud poco comprensiva de la situación que deriva
generalmente en el castigo. Por el contrario, la perspectiva actual apuesta
por una intervención de carácter eminentemente preventivo y proactivo, aunque
en el caso de ser necesario puede plantear actuaciones reactivas, pero
entendiendo la conducta siempre como una
base de interrelación positiva. Si orientamos nuestras actuaciones en prevenir
la aparición de estas conductas, en optimizar el ambiente de
enseñanza-aprendizaje y en mejorar la competencia socioemocional, deberíamos
tener en cuenta tres ámbitos de actuación distintos, pero estrechamente
relacionados:
La creación de un entorno en el
que todos los niños y niñas quieran estar. Un contexto caracterizado por el
establecimiento de relaciones sociales satisfactorias y por la participación de
todos y de cada uno de los alumnos y alumnas de la clase en las
actividades que se realizan en la
escuela.
La presencia de actitudes y
actuaciones de la maestra dirigidas al fortalecimiento de la autoestima de
niños y niñas y a la adquisición de una mayor confianza en sí mismos. En
este ámbito es fundamental la observación constante del alumnado para detectar las
posibles señales de insatisfacción y/o las que preceden a la aparición de conflictos
con el fin de ofrecerles el apoyo necesario para una resolución adecuada.
Una guía activa que facilite el
desarrollo de la autorregulación, de la comunicación, y el aprendizaje de
habilidades sociales. Se trata de diseñar y desarrollar las actividades
escolares aplicando estrategias adecuadas para que los alumnos y alumnas
aprendan a regular sus conductas, a comprometerse con la buena marcha del grupo
y a adquirir las habilidades sociales y comunicativas necesarias para el
establecimiento de las relaciones de amistad, entre las que Fox, Dunlap,
Hemmeter, Joseph y Strain (2003) destacan la capacidad para organizar los
juegos, compartir los juguetes y materiales, turnarse, desarrollar la empatía,
recibir y mostrar manifestaciones de afecto, ayudar, felicitar a los otros,
disculparse, controlarse y resolver adecuadamente los conflictos
interpersonales.
Este tipo de intervención, denominado con frecuencia “Apoyo Conductual
Positivo” (Positive Behavior Support) (Carr, Dunlap, Horner y otros,
2002), aplica un modelo de intervención basado en valores y centrado en la
persona.
Como señala Tamarit (2005) este modelo pretende ayudar a las
personas para que aprendan a:
Disfrutar de sus vidas.
Vivir con la máxima independencia.
Vivir una vida plena, trabajar y
jugar totalmente integradas en su comunidad.
Resolver los problemas de conducta
que dificulten el logro de los tres objetivos anteriores.
Se trata de un modelo de intervención, como defiende Tamarit
(2005) , basado en la ética que rechaza todo tipo de actuación que
vulnere los derechos del individuo o que aminore en lo más mínimo su dignidad.
Las intervenciones han de ser socialmente valoradas, profesionalmente competentes
y centradas en la persona.
Fuente:La prevención de conductas desafiantes en la escuela Infantil. Un enfoque proactivo.
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