La ansiedad no es solo cosa de adultos. Un 11% de los jóvenes españoles la sufre y se estudian nuevas herramientas que les ayuden a gestionarla cuando falla la terapia tradicional.
Por Ana Veiga
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Cómo afecta a los niños
La ansiedad es una respuesta fisiológica emitida por el propio cuerpo, que se activa ante determinados estímulos, situaciones o personas que generan inseguridad, llevando a cabo todo un proceso que aumente la probabilidad la supervivencia. “Es una conducta automática e incontrolable y por eso la interpretamos como algo desagradable cuando, en realidad, su existencia promueve lo opuesto: mantenernos a salvo», explica Andrea Vega. Sí es cierto que hay distintos tipos de niveles de ansiedad; el descrito anteriormente es un nivel adaptativo y su objetivo es protegernos. “La ansiedad acaba convirtiéndose en un problema cuando su frecuencia de aparición, intensidad y duración supera las «amenazas» reales del entorno, siendo aún más incapacitante a medida que el niño evita situaciones y comienza a reestructurar su modo de vida con el propósito de evitar su aparición”. Por ejemplo, deja su deporte favorito por los nervios que sufre justo antes de los partidos iniciales.
Detectarla en nuestros hijos no es fácil porque es difícil de definir incluso para los adultos. En su libro, incluye las señales, como el rechazo a ir a lugares habituales (escuela, una fiesta de cumpleaños…), bloqueos en situaciones académicas y/o deportivas, mutismo, conductas desafiantes constantes, preocupaciones constantes y exageradas o alteraciones del sueño y hambre.
Y a pesar de que la edad no es un factor determinante, “va estrechamente ligado a los miedos evolutivos por los que todo niño ha de pasar”. Entre estos miedos normativos, los más destacados serían: de 7 a 12 meses el miedo a los extraños; de 1 a 2 años a la oscuridad; de 3 a 5 años a las personas disfrazadas y el daño físico; de 6 a 8 a las tormentas, seres imaginarios y a la soledad; y de 9 a 12 años más vinculado al plano académico y la muerte; siendo en adelante cada vez mayor la ansiedad vinculada a lo social.
¿Cómo pueden ayudar los padres?
Eva Millet es autora del libro cuyo título ya incluye una pregunta clave: ‘Niños, adolescentes y ansiedad: ¿Un asunto de los hijos o de los padres?’. “La ansiedad tiene una parte heredada y otra adquirida, por lo que los padres somos bastante responsables de los niveles de ansiedad de nuestros hijos; no solo porque hay un factor que se transmite vía genética sino porque hay otro que tiene mucho que ver con los estilos de crianza”, considera. “Si crías a tu hijos con la ansiedad como batuta ( para que sea el mejor en todo, para que no le pase nada, que no se equivoque, no sufra, por apuntarlo a mil cosas…) es bastante probable que produzcas un niño ansioso”.
En muchas ocasiones, los padres no reconocen las causas de esta ansiedad, que a veces es producto de la hiperpaternidad que menciona Millet en sus libros. “Los niños… ¡no paran! Y no tienen tiempo para el juego libre, que es la actividad que deberían desarrollar en la infancia. La sobreexposición a las pantallas, la constante supervisión de esos hiperpadres e hipermadres, la competitividad precoz o la sobreprotección son generadores de ansiedad”, manifiesta la autora. “Muchos padres tienden a sobreproteger a sus hijos para evitarles que se traumen, pero al no dejar que los niños se equivoquen y aprendan a superarlo, los debilitan y los hacen más vulnerables”.
Así pues, es fundamental que el niño tenga figuras de referencia que le ayuden en la gestión de sus emociones. “Necesita adultos encargados de nombrar explícitamente qué ocurre fuera de su cuerpo y subtitular lo que puede estar sintiendo, etiquetando la emoción; por ejemplo, con algunos consejos del tipo: «tranquilo, esto es normal y tiene un sentido; pase lo que pase, yo estoy aquí contigo», aclara Vega.
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