La evaluación educativa, su práctica y otras metáforas



Esta semana compartimos un documento que corresponde a un extracto de un libro titulado igual que el artículo. El tema que se aborda es la evaluación vista desde una perspectiva que responda a los requerimientos que la educación como sistema plantea, especialmente en lo que a aprendizajes se refiere.
En todas las sociedades se exige cada vez más que la inserción del individuo se produzca dotado con una educación de calidad. Educación en la que el conocimiento no es lo único  importante, sino que deberá contemplar también la formación en otras capacidades, actitudes y valores en la línea de los expresados por el informe Delors (1996) (saber conocer, hacer, convivir y ser).
Ante estos nuevos retos, la evaluación de los estudiantes, como práctica más extendida para regular la calidad educativa, no puede permanecer anclada en estrategias o enfoques insuficientes o desfasados. Es necesario ampliar el dominio o los contenidos objeto de evaluación; a los aprendizajes académicos hay que incluir en la evaluación aquellas habilidades, competencias y actitudes de reconocido valor, especialmente las relacionadas con las denominadas capacidades transversales de los sujetos. El énfasis en la evaluación moderna sobre los procesos de enseñanza-aprendizaje se ha desplazado definitivamente desde la enseñanza hacia los aprendizajes. Lo que interesa primordialmente no es lo mucho que el profesor enseña sino lo que el estudiante realmente aprende.
La denominada evaluación de logros se ha impuesto como paradigma, y debe entenderse el logro desde una perspectiva doble: como una ampliación del dominio evaluable y como una enfatización de la importancia del logro como asunción efectiva y satisfactoria de un aprendizaje.
No se puede gestionar eficazmente la evaluación, si se pretende atender a sus nuevas responsabilidades, desde la acción individual del profesor o concibiendo las asignaturas como entidades aisladas. La gestión de la evaluación moderna exige el trabajo mancomunado de los profesores y sitúa el curriculum como referente básico del diseño educativo y evaluativo. En consecuencia, la nueva gestión no puede fundamentarse en la recogida de información centrada fundamentalmente en la instrumentación clásica; las pruebas de ejecución basadas en los planteamientos alternativos de la evaluación, deberán complementar o sustituir los modelos más tradicionales, si se quieren utilizar estrategias que capturen información realmente sustantiva.
Hay que incorporar a otros agentes, como los propios estudiantes, en las responsabilidades evaluativas. Sólo desde procesos de autoevaluación es posible desarrollar a fondo una verdadera autonomía en los aprendizajes. Corresponsabilizar en alguna medida a los estudiantes en los procesos evaluativos constituirá un importante reto en el futuro.
La lógica de la evaluación, por sí sola, no garantiza mejorar la calidad. Es preciso establecer el nexo racional entre tres grandes procesos:  el proceso de enseñanza-aprendizaje, el proceso evaluativo y el proceso de toma de decisiones. Desgraciadamente acostumbramos a gestionarlos por separado. Sólo cuando el proceso evaluativo alimente y se alimente del de enseñanza-aprendizaje y cuando la información evaluativa generada sea insumo de los planes estratégicos, considerados como marcos globales para la toma de decisiones de una institución, se garantiza mínimamente la conducción correcta de los procesos de calidad.
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