CELOS/Líneas de intervención

Líneas de intervención

Prevención: Es el medio más sencillo, natural y eficaz de evitar la reacción celosa. (Se adjuntan orientaciones).

Fortalecer la autoconfianza del niño, así como el sentimiento de seguridad personal evitando hábitos de comparar afectos, pertenencias, capacidades.,  (declarados o solapados).

Educación de la afectividad basada en la cooperación, la confianza en los demás, el altruismo y en una visión positiva de las relaciones humanas y ofreciendo modelos familiares consecuentes.

Modificación de conducta : reforzando conductas positivas e incompatibles con la reacción de celos e ignorando las inadecuadas.

Reatribución cognitiva: Ayudar a discriminar y  comprender las verdaderas causas de los problemas y de los éxitos, de los afectos y las reprimendas. Esto se consigue con técnicas específicas pero también a través del diálogo razonado y de la coherencia de nuestras actuaciones.

Los celos y la educación en el hogar. Orientaciones.

 ¿Cómo debemos tratar a nuestro hijo para que los celos desaparezcan? ¿Debemos prestarle una mayor atención que a los demás hijos? ¿Qué podemos hacer para que mejore su comportamiento? ¿Debemos tratarle con más afecto que a sus hermanos?


Es lógico que los padres se planteen estos interrogan­tes. En cierto modo, lo hacen porque consideran que tal vez su modo de comportarse respecto de su hijo puede ser la causa que haya determinado la aparición del comporta­miento infantil celoso. Aunque,  en algunos ca­sos esto es así, los padres no deben sentirse necesariamente culpables del comportamiento celoso  de sus  hijos. Deben preocuparse más de prevenir o encauzar estos comportamientos


Ante un niño celoso, los padres no pueden adoptar una actitud demasiado permisiva ni excesivamente represora. No corregir la conducta celosa como se debe -- sin exigen­cias descarnadas, pero también sin blandas e injustas toleran­cias -- supone el que los padres están enseñando a sus hijos a odiar a sus rivales. Los padres que permiten esas conductas enseñan al hijo que ciertos sentimientos de envidia y de odio pueden estar justificados; que compararse con los demás es lo normal; que descalificar al compañero porque tiene más o mejores habilidades que nosotros es algo corriente. Pero una atención desmedida de los padres al comportamiento celoso de sus hijos o sus machaconas refe­rencias al problema pueden contribuir a pro­longar  lo que tal vez no era sino apenas una con­ducta sin importancia.


Si entre el niño celoso y el hermano de quien tiene celos hay mas diferencia de edad, los celos pueden resolverse con gran rapidez a través de actitudes miméticas que le permitan al hermano mayor celoso imitar a la madre en las tareas y pres­taciones que esta realiza con el recién nacido. En estas circuns­tancias, a través de un mecanismo de imitación y de identificación con la madre, el niño celoso madura muy rápidamente y su deseo de ser mayor le hace apartarse hasta declinar compe­tir con su hermano recién nacido por el afecto y la atención de su madre. En este caso las consecuencias de los celos pueden llegar a ser positivas, por cuanto que pueden constituir un po­deroso recurso al servicio de la pronta maduración del niño celoso.

Las madres desempeñan en la educación afectiva una im­portante e irreemplazable función, ya que la conducta de apego  entre sus hijos y ellas no son simétricas ni se sitúan al mismo nivel. En efecto, para cada niño su madre es única e irremplazable, mientras que para muchas madres el amor de su pequeño es también irremplazable y único pero de otra manera, ya que deben atender a las demandas de afectos que les hacen los otros hijos.


Los padres deben tratar de implantar en los hijos actitudes mas cooperativas y menos compe­titivas.  La formación de actitudes cooperativas en los hijos pasa por educarles en la solidaridad y el altruismo. Si desde pequeños apren­den a ser generosos, a compartir aquello que tienen--y que, lógicamente, es suyo--, pero que quizás otro de sus hermanos puede necesitarlo también, de seguro que su competitividad será menos egoísta y más madura, a la vez que mejoraran también sus actitudes hacia la cooperación.


Esto hacemos cuando les enseñamos a prestar sus cosas, a colaborar --aunque sólo sea con su mera presencia en cualquier pequeño arreglo que hay que realizar en la casa-- a responsabilizarse y cumplir con el encargo que se le ha hecho y del que probablemente depende el bienestar de los que le rodean. Otras actividades que no deben faltar consisten en solicitar y conseguir algún pequeño favor para el hermano mas pequeño; ayudarle en las pequeñas dificultades que pueda tener; enseñarle a solucio­nar los problemas que se le presentan de manera que sea él mismo, a través de la ayuda que recibe, el que los resuelve, etc.

También debe aprender a escuchar, conocer los proyectos y juegos de los otros y colaborar con ellos, tolerar otras peculiaridades y aficiones aunque sean muy innovadoras o discrepantes de las que para él son usua­les, es decir, desarrollar el gusto por todo lo que sea instruc­tivo y ayude a la convivencia y al respecto por un sano plura­lismo.


Todas las anteriores son actitudes cooperativas en las que es necesario educar a los hijos, no importa la edad que tengan con tal de que el contenido de las actividades que aprenden se ajuste a su edad.


Los padres deben reflexionar sobre  el estilo de conducta que desean que aprendan sus hijos pues, como ha sido demostrado, aquellos aprenden por imitación --a través del llamado aprendizaje vicario--, la mayoría de su repertorio de conductas. Si la madre tolera las peleas y riñas entre hermanos, estas irán a más. Si los padres se gritan entre ellos, sus hijos aprenderán a resolver sus conflictos gritando. Si el padre se manifiesta celoso y desconfiado respecto de la madre, es lógico que alguno de sus hijos siga mas tarde su ejemplo. Si nos mostramos injustos --comprensivos con unos e intolerantes con otros--, es muy probable que entre nuestros hijos se establezca una dosis mayor de rivalidad, igualmente in­justa. Si reaccionamos con ansiedad o perdemos la com­postura ante un hecho sin importancia, nada de particular tiene que esa misma conducta se manifieste más tarde en nuestros hijos.


Los padres no debieran manifestar, ni siquiera de broma, las preferencias por este o aquel hijo. En ningún hogar debiera existir jamás un hijo o una hija preferida. Todos los hi­jos son, en cierto modo, igualmente preferidos, porque cada uno de ellos es irrepetible, insustituible y único.


Ciertas campañas publicitarias relativas a los bienes de consumo pueden contribuir a deformar la educación afectiva que recibe el niño pequeño. Cualquier spot publicitario que el niño observa en la televisión le incita a desearlo y, lo que es peor, a sentirse frustrado--incluso siguiendo e imitando el mismo guión representado por el anuncio. De esta forma, aquel deseo consumista se ha trasformado primero en envi­dia y, poco a poco, en necesidad de destruir a todos aquellos que mereciendo disfrutar de aquel bien de consumo menos que el--según su percepción--, no obstante, lo tienen. Los pa­dres pueden evitar estas influencias nocivas de la publicidad televisiva, bien educando a sus hijos en una sana sobriedad, de manera que sepan observar la televisión y los anuncios críticamente, y/o bien animándoles a compartir lo que tienen y a tolerar mejor las frustraciones por lo que todavía no tienen. Hacer frente a la cultura de "tener" puede ser muy ventajoso, no solo para combatir los celos infantiles, sino para formar y educar al hombre que por ahora acaso sólo sea un aprendiz de niño celoso.


Jugando a recordar anécdotas familiares


Los niños celosos suelen pensar que no son apreciados por sus padres. Para cambiar estas convicciones los padres deben pasar mucho tiempo con ellos, haciendo excursiones , estando a su lado tratando de escucharles o partici­par  en los hobbies que tengan. En otras ocasiones bastará con que los padres recuerden a sus hijos celosos lo bien que se sentían de pequeños cuando ellos le sonreían, jugaban o les ayudaban a resolver sus pequeños conflictos y difi­cultades.

Basta con recordar juntos aquella ocasión en que el pa­dre le fue a buscar al colegio aquel día que, por haber llovido tanto, temía por su salud; o en aquella otra ocasión, cuando se perdió en la feria del pueblo y tuvo que movilizar a sus amigos para ir en su búsqueda hasta que lo encontró; o como muchas noches de invierno iba a su habitación y le arropaba si estando dormido se había destapado, con el fin de que no se enfriara; o como su padre le protegió entre sus brazos cuando corría angustiado buscando su protección por haberse asustado de los ladridos de un enorme perro.


Cuando juntos se recuerdan aquellas viejas anécdotas es muy difícil que el niño celoso continúe pensando que a el se le quiere menos  que a su hermano pequeño y, a partir de aquí, se puede comenzar a cambiar y madurar. Si desaparecen sus temores, el niño celoso cambiará; en caso contrario, continuará revisando su diario de afrentas y agravios y la protesta continuará.

(Extractado de A. Polaino)

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